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Estos puntos de fuga empezaron siendo flecos con un aire un poco humorístico que se me escapaban de la elaboración de las conversaciones con cada uno de los artistas y  que aparecen en Tiempos. De este modo, cada artista tiene una correspondencia con un punto de fuga, que puede verse en la Revista portátil. Sin embargo, también tienen vida propia y han acabado conformando una especie de bestiario,  paralelo a las Versiones, cuya intención es simplemente despertar una sonrisa.

PUNTOS DE FUGA

Cabría trazar una línea que rodeara el globo terráqueo uniendo aquellos lugares donde han aparecido manos, sin duda, el primer estilo artístico internacional. Podríamos llamarlo La vuelta al mundo en 80 manos.

Existen un montón de cosas que permanecen en el tiempo, aunque no seamos capaces de verlas. A veces, algunas solo se pueden verse si somos capaces de mirarlas con un toque de humor. Esas sonrisas que siguen flotando en el aire cuando los cuerpos han desaparecido: He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa –pensó Alicia- ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!

Los seres humanos no nos ponemos de acuerdo en cómo reproducir los sonidos que emiten los animales. Para algunos, los perros dicen woof, para otros wang, jappe, wouf, bau, guau, ham, gav y, así, un largo etcétera. Para aprender bien un idioma, no sólo hay que entender éste, sino también muchas de sus traducciones onomatopéyicas, desde como cantan sus gallos hasta como besan, lloran o estornudan.

Del salón en el ángulo oscuro decía Bécquer, veíase el arpa. El arpa estaba allí, pero nadie la miraba. Ni su dueña, que la había olvidado y la tenía cubierta de polvo. Aun así, se la veía lo suficiente para ser capaz de captar la mirada del poeta, que rápidamente la transformó en una rima y así ha llegado hasta nosotros.

En su relato La fuerza de voluntad Quim Monzó nos cuenta la historia de un hombre porfiado que se empeña en hacer hablar a una piedra. –Piedra. Hola, piedra. ¿Piedra? Pie dra. P i e d r a. Piedra… Pero no hay forma, el hombre no lo consigue. Cansado de sus esfuerzos, y sintiéndose burlado, la lanza lejos, muy lejos, y la piedra vuela trazando un arco hasta que cae y…. No vamos a desvelar el final del cuento. Es posible que, paseando por el campo, un día te encuentres una piedra que sí habla.

A lo largo de la historia y antes de que existieran tecnologías avanzadas de comunicación, los seres humanos utilizábamos, a veces todavía lo hacemos, métodos para transmitir informaciones que necesitábamos hacer llegar lejos. Algunos ejemplos son las señales de humo, el silbo gomero, las palomas mensajeras, el lenguaje de los abanicos o las banderas de señales. Dice el escritor martiniqués Édouard Glissant que con toda lengua que desaparece, muere una parte del imaginario humano.

Entre la Grotta de Buontalenti en Florencia y el Cabaret del Infierno en el París de Montmatre median tres siglos de diferencia, el suficiente para convertir un sofisticado espacio del humanismo renacentista en una atracción popular. Con todo, en ambos casos permanece el mismo entusiasmo por la metamorfosis y lo maravilloso. ¡Qué certero fue Robert Doisneau al fotografiar la puerta dentada del cabaret a punto de darle un mordisco al gendarme que pasaba!

¿Quién no se acuerda de cuando el Coyote, andando en el vacío, quedaba congelado por un momento, antes de caer y dejar su silueta sobre la tierra? La suspensión del movimiento nos permitía alternar nuestra identificación entre la angustia de la caída y el placer cruel de ser el Correcaminos. En los últimos tiempos se han multiplicado, en películas y series, escenas donde la violencia aparece ante nuestros ojos a cámara lenta. Si bien podemos ver así, con más detalle, los efectos de la crueldad, también hace estas imágenes más digeribles mediante la estetización que supone tratar la brutalidad como una coreografía.

En la película Encuentros en la Tercera Fase, diversos personajes que han avistado ovnis son citados por los alienígenas en un lugar concreto. Sin embargo, ellos todavía no saben que han sido contactados, ni que les han pedido que acudan a esa cita. A lo largo de la misma irán tomando consciencia de ello mediante una enloquecedora obsesión en torno a una imagen, que les lleva a trasladar a diversos materiales lo que acaba siendo una montaña. Los dibujos de Jillian y las esculturas de Roy, en puré de patata o en barro, son capaces de dar forma y hacer visible el punto de encuentro. Reconforta pensar que los alienígenas confiaban, a veces más que nosotros mismos, en las potencialidades del arte.

Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña y como veían que no se caían fueron a llamar a otro elefante. No hemos llegado a saber cuántos elefantes cabían en esta famosa tela de araña, pero seguro que fueron muchos. La cadena fue creciendo asombrosamente, porque nadie entendía como el fino hilo que los sostenía era capaz de soportar tanto peso. Tampoco hemos llegado a saber nunca cómo se organizaron. Si se balanceaban todos a la vez, si hacían turnos, si iban de dos en dos o de tres en tres, si iban gordos con gordas o gord*s con flacxs, viejos y jóvenes, juntos o impares, con barro o recién duchados. Y desde luego, de lo que no sabemos nada nada, es de la incansable araña.

La identificación entre mujer y naturaleza ha sido un tema celebrado y criticado a partes iguales a lo largo de los siglos. Un poco a la contra, he aquí dos ejemplos singulares. Dicen las crónicas escritas por dos monjas carmelitas sobre la eremita del s. XVI Doña Catalina de Cardona que su rostro era del color de raíces de algunos árboles y que todo lo que tocaba a ella daba de sí grande olor. Muchas veces la abrazaba y me consolaba de ver el olor que salía de su cabeza y cuerpo. Un ejemplo moderno lo tenemos en las artistas pertenecientes a la Women’s Reserve Camouflage Corps, que en la Primera Guerra Mundial, dedicaron sus esfuerzos creativos a diseñar “trajes de roca” que imitaban el paisaje para camuflar a los soldados en el campo de batalla. Ellas los probaban en los parques de Nueva York.

Es imposible saber cuándo empezó el teatro con sombras de manos, posiblemente tan remoto como alguno de nuestros antepasados. ¿Quién no ha proyectado alguna vez un conejo en una pared? ¿Quién no ha hecho panes de arena en la playa? ¿Quién no se ha mirado en una cuchara? ¿Quién no se ha hecho una dentadura nueva con la cáscara de una naranja? ¿Quién no ha percutido una cacerola? ¿Quién no ha girado sobre sí como una peonza? ¿Quién no ha dibujado sobre un cristal empañado? ¿Quién no ha reproducido en broma la conversación de sus padres? ¿Quién no ha imitado a sus ídolos?

Dice el Dr. House en la serie del mismo nombre que todos mienten. A este sarcástico doctor no le importa mucho remontarse a la causa por la que mienten (todos mentimos), sino averiguar sobre qué mienten. Lo que escondemos está, frecuentemente, en las narraciones que hacemos. Utilizamos el propio lenguaje para ocultarnos, así que tenemos todo lo que necesitamos saber delante de nosotros. Sólo hay que ejercitar la escucha. Y tampoco tenemos que olvidar que el mayor mentiroso de todos es el propio Dr. House.

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